La adolescencia como cambio (κρίσις) es la transición de la edad escolar a la juventud. Se trata de una etapa del desarrollo físico, psíquico y espiritual de la persona. Aunque no siempre los síntomas son los mismos ni se dan con la misma intensidad, suele manifestarse en el deseo de afirmación personal y del criterio propio, pérdida de espontaneidad en el comportamiento, afán de independencia, disminución de la motivación para las actividades de aprendizaje y un espíritu de rebeldía que en ocasiones provoca conflictos con los padres y los profesores.
Y también es frecuente, el distanciamiento y frialdad en la relación con Dios. La adolescencia y vida cristiana, como todos los cambios, mientras se producen, son causa de inestabilidad y vulnerabilidad acentuada.
La adolescencia y vida cristiana termina con la formación de un nuevo nivel de conocimiento propio y de conciencia moral, la aparición de la capacidad de conocer la propia personalidad a través de la reflexión y los principios o valores que determinarán las decisiones en la configuración de su vida en relación con Dios, con los demás y consigo mismo.
La adolescencia y vida cristiana
La adolescencia es una etapa crucial en la vida de cualquier persona, marcada por cambios físicos, emocionales y sociales.
Desgraciadamente no es infrecuente en colegios donde se imparte formación cristiana que un buen número de alumnos, cuando llega la adolescencia, dejen de practicar su fe. El origen de este abandono está determinado por muchos factores: el ambiente que rodea a los jóvenes, el círculo de amigos, la influencia de los medios de comunicación y las redes sociales.
Qué duda cabe que otra razón fundamental es la ausencia de vida cristiana dentro de la propia familia. Generalmente, dejan de practicar los hijos de los padres que no practican. La fe suele estar bien arraigada en aquellos alumnos cuyos padres son coherentes con su fe y se han implicado en la transmisión de la vida cristiana. Incluso en aquellos jóvenes que pasen por una crisis de fe transitoria, es frecuente que con el paso del tiempo y debido a las raíces cristianas y a la fe vivida en la familia, retornan a la práctica de la fe y a la vida sacramental.
A los padres pues, compete en primer lugar la transmisión en la fe y se comprueba que delegar en otros agentes como el colegio no da resultados satisfactorios. El colegio colabora, pero es incapaz de suplir la labor de los padres. Es imposible que un niño crea que es importante ir a Misa el domingo o recibir los sacramentos cuando ve que sus padres no ponen interés en ello.
Desafíos de la adolescencia y vida cristiana
Para los adolescentes cristianos, esta fase también puede ser un tiempo de profundización en su fe y de enfrentamiento a desafíos únicos.
La adolescencia es un período de transición en el que los jóvenes buscan su identidad y la finalidad de su existencia. Enfrentan presiones académicas, sociales y familiares, además de lidiar con la influencia de las redes sociales y el ambiente social y cultural en ocasiones muy anticristiano. Estos factores pueden generar confusión y estrés, haciendo que los adolescentes busquen respuestas y apoyo en su entorno.
La fe como pilar
Para los adolescentes, la fe puede ser un ancla en medio de la turbulencia. La enseñanza del Evangelio proporciona una base sólida sobre la cual construir su identidad y valores. Ofrece sabiduría y orientación para enfrentar los desafíos de la vida diaria y respuestas a las grandes preguntas de la existencia humana.
La fe vivida en grupo
Para los adolescentes las relaciones sociales, el círculo de amistades tienen una gran influencia en la determinación de sus preferencias. Participar con otros jóvenes en actividades solidarias de servicio a los demás, charlas de formación, momentos de oración, les permite conectarse con otros que comparten su fe y valores. Hoy quien no comparte la fe y su práctica con sus iguales, afronta un riesgo evidente de perderla. Estos entornos proporcionan un espacio seguro para discutir dudas, compartir experiencias y recibir apoyo emocional y espiritual.
Formación espiritual
La adolescencia es un momento ideal para profundizar en la formación doctrinal y espiritual. Debemos alentar a nuestros jóvenes a leer el Evangelio regularmente, orar y participar en los sacramentos. La catequesis y la educación religiosa son fundamentales para ayudarles a comprender mejor su fe y cómo aplicarla en su vida diaria.
Desarrollando una relación personal con Dios
Uno de los aspectos más importantes de la vida cristiana y por supuesto durante la adolescencia y vida cristiana, es el desarrollo de una relación personal con Dios. Los adolescentes deben ser animados a buscar una conexión auténtica y personal con Jesús, entendiendo que su fe no es solo una tradición familiar, sino una relación viva y dinámica que da sentido a toda la vida.
La lucha y el combate como presupuesto de una fe vivida en minoría
La adolescencia y vida cristiana también es un tiempo en el que los jóvenes enfrentan tentaciones y luchas en su empeño por vivir una vida coherentemente cristiana. La enseñanza clara y amorosa sobre el pecado y la gracia es esencial. Los adolescentes deben comprender la anomalía que supone el pecado en el desarrollo de una vida vivida con sentido trascendente sin dejarse imbuir por las corrientes actuales que lo normalizan.
También deben tener en cuenta, lógicamente, la infinita misericordia de Dios y la redención a través de Jesucristo. Hoy resulta especialmente adecuada la comparación con aquellos primeros cristianos que que supieron vivir en minoría en unas condiciones y ambiente totalmente contrarios y que con su resiliencia ante la adversidad y su testimonio valiente y perseverante expandieron su fe por todo el mundo conocido.
Servicio y compromiso
El servicio a los demás es una parte integral de la vida cristiana. Los adolescentes pueden ser motivados a participar en actividades de voluntariado y proyectos de servicio a los demás. Estas experiencias no solo les ayudan a vivir su fe de manera práctica, sino que también les enseñan la importancia de la compasión, la empatía y la justicia social.
Facilitar el diálogo con los hijos
Siete de cada diez jóvenes que han recibido una educación cristiana y practican habitualmente, tienen dudas y dificultades serias respecto a la fe y menos de la mitad de ellos las hablan con un adulto. Es indudable que lo tóxico para la fe no son las dudas, sino el silencio. En ocasiones tenemos miedo o pudor infundado para tratar estos temas con nuestros hijos. Pero este silencio es nocivo pues transmite al joven la idea de que las cosas de Dios son irrelevantes en la vida real o vergonzantes o falsas (e hipócritas) o complejísimas y ajenas.
Por tanto, se trata de crear espacios para hablar de fe. Se habla de amigos, de política, del amor, de las cosas que pasan. Y de Dios. Dejar claro que hacerse preguntas sobre la fe está tan bien como hacerlas sobre el amor; la vida y la muerte; el bien y el mal; la felicidad o qué hacer con tu vida. Es bueno que los padres cuenten a sus hijos la historia de su fe, sus certezas, sus dudas, sus momentos de dificultad y la experiencia de una fe vivida aun en los momentos de incertidumbre. Lo que les ha supuesto esa fe como bastión defensor del equilibrio y la paz.
Esperanza y futuro
Finalmente, la vida cristiana ofrece a los adolescentes una esperanza y un propósito para el futuro. La fe en Dios les da una perspectiva eterna y les ayuda a enfrentar los desafíos con confianza y resiliencia. Saber que son amados y valorados por Dios les proporciona una base sólida sobre la cual construir su vida adulta.
D. Fernando de Andrés. Capellán de Gaztelueta
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